¿Qué ocurre si no se acredita correctamente la representación del firmante?
Mira, el tema de acreditar bien quién firma en una licitación pública, no es ninguna tontería. Es como el pase VIP para entrar a la fiesta: si no lo tienes bien puesto, te quedas en la puerta y ni sueñes con el contrato. Parece una formalidad aburrida, pero vaya que puede armarse un lío si te saltas ese paso. Si la representación no está bien atada, puedes acabar viendo cómo anulan la adjudicación y te dejan con cara de póker.
No te confundas: que el tipo (o tipa) que firma tenga realmente el poder para hacerlo es clave. No se trata sólo de poner una firmita bonita, sino de demostrar que puede hablar y comprometer a la empresa. Si no lo haces bien, pues olvídate del negocio, porque te pueden tumbar la oferta y hasta sacarte del concurso. Y todo por un papel mal presentado, un poder caducado, o peor, algo falso o trucado. Ahí sí que la cosa se pone fea.
La ley no se anda con vueltas aquí. Según la Ley de Contratos del Sector Público, si la representación no cuadra, la administración ni se lo piensa: desestima tu oferta y te quedas mirando desde afuera. Y sí, también pierdes la garantía, que tampoco es poca cosa, y hasta te pueden vetar en futuras licitaciones. Un desastre, vamos.
Y ojo, porque si el tema ya huele a fraude, o sea, si lo hiciste a propósito para ver si colaba, ahí ya hablamos de líos legales serios: sanciones administrativas, penales… lo que quieras menos bueno. Es que ni de broma vale la pena arriesgarse.
Así que, empresas del mundo, aquí va el consejo gratis: aseguraos de que quien firme tenga el poder y todos los papeles en regla. Y si tienes dudas, búscate a un abogado de contratos públicos, que te diga exactamente qué necesitas y qué riesgos corres. Ah, y no pienses que con hacerlo una vez ya está. Si cambias de jefe, de dueño, o de lo que sea, revisa todo de nuevo, porque lo que valía ayer, igual hoy ya no sirve.
En resumen, no te la juegues con esto. La representación bien acreditada es la llave. Si la pierdes, no solo te quedas fuera, sino que igual te cae encima todo el peso de la ley. Y todo por no revisar bien unos papeles. ¿De verdad vale la pena? Yo diría que no.