¿Puede una baja temeraria mejorar la puntuación?
La famosa “baja temeraria”—ese término que suena a película de acción pero, en realidad, es el enemigo público número uno en las licitaciones. Básicamente, es cuando una empresa llega y tira un precio ridículamente bajo, rollo “¿en serio vas a hacer todo eso por esa miseria?”. Obvio, lo hacen para ganar el contrato, pero, ojo, que no todo es jauja.
Las leyes, sobre todo en España, se lo toman bastante en serio. No puedes ir por la vida regalando tu trabajo solo para llevarte el gato al agua. Hay reglas claritas, por ejemplo, si tu oferta está un 10% por debajo de la media (artículo 149 de la Ley de Contratos del Sector Público, para los que les guste el drama legal), ya te miran con lupa. Y si no puedes justificar ese precio de chollo, pues puerta.
A ver, en teoría, sí, una oferta muy baja suma puntos porque el precio pesa un montón en estas movidas. Pero la realidad es distinta: si huele a baja temeraria, las autoridades no se lo piensan mucho antes de mandarte a casa. Nadie quiere acabar con un proveedor que no pueda cumplir porque hizo cuentas con la calculadora rota.
Y, seamos sinceros, si te pillan haciendo esto muy a menudo, tu reputación se va al garete. Nadie quiere al típico que promete el oro y el moro y luego sale rana.
Así que, mejor idea: currarse una propuesta decente, con precios competitivos pero realistas, explicando bien cómo vas a cumplir y por qué eres el rey del mambo en tu sector. Añade trabajos anteriores que salieron de lujo y alguna que otra referencia de clientes y listo.
Al final, cada licitación es un mundo. Toca adaptarse, leer bien los requisitos y no volverse loco bajando precios a lo loco. Eso de la baja temeraria suena tentador, pero en la práctica es más bien una trampa mortal. Mejor jugar a largo plazo, demostrar que sabes lo que haces y, sobre todo, que puedes entregar calidad sin vender tu alma al diablo.